viernes, 29 de julio de 2011

¿El estado como amigo?

Desde que llevo trabajando como trabajador autónomo por cuenta propia, después de trabajar 16 años como funcionario público, he ido adquiriendo una cierta conciencia que me aparta de los roles adquiridos de mi etapa de funcionario. Uno de estos roles es la de ciudadano modelo confiado en la bondad del Estado en que habita. Realmente la condición de autónomo hace que te plantees seriamente la actitud del Estado hacia mi colectivo, así como la visión del Estado que este colectivo tiene. Es notorio que la actitud del estado hacia el trabajador autónomo es la de un tutor desconfiado de lo que hace su tutelado, siempre pensando en si estará haciendo alguna pifia, mintiendo o robando. En ningún momento hay por parte del tutor gestos de cariño o comprensión, bien al contrario le aplica la ley con pocos miramientos, busca los entresijos más enrevesados y las minucias más minúsculas, para asestar una reprimenda al tutelado. Nuestro Estado, tutor, llevado por su celo en el bién común, en la protección del ciudadano y velando por sus derechos, envuelve al autónomo en un maremagnum de obligaciones legales, plazos de actuación, y procedimientos exquisitos, tal que forma una madeja debajo de los pies de éste, en la cual es muy fácil enredarse y caer. Si cae, es decir incumple alguna normativa o plazo, el tutor, lejos de buscar la posibilidad de un error o descuido, lo toma como una falta digna de castido, multa y recargo, y así lo aplica. El autónomo, por definición, es alguien para el que el tiempo es literalmete oro, de hecho normalmente paga por el tiempo de otros a los que no tiene más remedio que acudir para solventar su día a día, mientras que para la Administración el tiempo es un inmaterial inexistente si a lo que se refiere es a alguna solicitud de éste, a no ser que se aplique en plazos para que el autónomo cumpla con sus obligaciones frente a ella, en cuyo caso es inexorable y preciso. Normalmente el autónomo ve a la Administración del Estado a alguien que tiene en frente y con el que tiene que luchar para poder llevar a cabo sus proyectos de futuro, habitualmente retrasa, deniega, modifica, desvirtúa y devalúa el trabajo realizado por el autónomo, llevando a veces la rentabilidad de este, al límite de la pura subsistencia. Curiosamente el autónomo no es casi nunca una carga para el Estado, normalmente jamás pisa la consulta de un médico del Sistema Nacional de Salud, compra los medicamentos sin receta, y suele tener un seguro privado al que acudir cuando tiene un problema mayor, ya que la Seguridad Social y sus listas de espera son consumidoras compulsivas de su tiempo, que recordemos es oro para el autónomo. Se le acusa de ser insolidario debido a que tiene la posibilidad de determinar él mismo su base de cotización a la Seguridad Social, base que se emplea para las prestaciones por invalidez o jubilación. Posiblemente en el aspecto solidario de contribuir para que otros puedan disfrutar de los beneficios de la Seguridad Social, estén en lo cierto, aunque sinceramente el montante total del pago del autónomo va aparar a solidaridad pura, ya que no usa el Sistema Sanitario Público para nada, quizás sólo las Urgencias, y no conoce lo que son ILT o bajas por maternidad (unos días testimoniales a lo sumo). En el aspecto de la jubilación claramente son los más solidarios de todos, pues cotizando el mínimo, prácticamente tiene una pensión no contributiva, lo mismo que tendría de no haber cotizado nada. Curiosamente, siendo el trabajador autónomo es el más productivo y eficiente de todos los tipos de trabajadores, es el más denostado por el Estado y sus acólitos los Sindicatos de clase. Habría que plantearse el porqué de esta animadversión, aunque la respuesta es francamente simple. Siendo un trabajador autónomo, ¿para qué necesita a un Estado opresor y a unos Sindicatos que lo chuleen? Para nada. Tanto el Estado como los Sindicatos saben eso, y como consecuencia actúan conjuntamente en contra del autónomo en cuanto tienen la menor ocasión. Imaginemos un país sin funcionarios ni empleados por cuenta ajena, en el que todos los trabajadores fueran autónomos, capaces de realizar su trabajo eficientemente, negociando con otros autónomos las compensaciones económicas por su labor; en la práctica conllevaría la desaparición del estado tal y como lo conocemos, llevando al nacimiento de una nueva sociedad mucho más justa, en la que todos tendríamos igualdad de derechos y obligaciones, donde las reglas de mercado harían de filtro para vagos e indolentes, que no podrían chupar de la teta del estado a costa del sudor de otros. Dado que esta visión se me antoja demasiado idílica y bastante alejada de la sopa filosocialista con la que nos han querido alimentar como plato único durante bastantes años, llegando a hacernos creer que otra visión de la sociedad era poco menos que pecaminosa. Propongo una visión un tanto más aceptable de la sociedad, una en la que el estado sea un apoyo eficaz a los deseos e intereses del autónomo, en el que la legislación esté pensada para proteger al ciudadano pero también para ser fácil y eficientemente cumplida por el autónomo, en la que el Estado sea ese tutor, profesor y amigo que todos queremos tener al lado para solicitarle consejo o para pedirle apoyo. El Estado a su vez, trataría a los autónomos como un hortelano a su cosecha, con mimo, intentando que crezca con salud, eliminando las malas hierbas y abonando y cuidando el terreno donde crecen, controlando las plagas, y recolectando el fruto del trabajo del autónomo en su justa medida, con impuestos adecuados y sensatos. ¿Es una visión idílica o es simplemente una solución real a nuestra maltrecha economía y a nuestra degradación como sociedad? Juzguen ustedes.

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